Hola a todos, hoy os traigo un pequeño relato basado en una imagen de Kristina Darko. Espero que os guste.
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Cada mañana salía de mi casa para acercarme al descampado
que había en el medio del bosque. Esta noche había llovido, así que cuando
llegué a el aún estaba mojado, de todas maneras me senté en la hierba verde,
tapada por las pequeñas ramas de un eucalipto, de ellas caían unas gotas de
rocío que recorrían mi cara ayudándome a despertar.
Me gustaba venir aquí, me llenaba de paz y me ayudaba a
olvidar mi vida real, era poco el tiempo que podía estar pero era el suficiente
para poder vivir. Pero hoy el descampado estaba distinto, siempre estaba yo
sola pero hoy se escuchaba ruido de fondo, no entendía de donde venía, intenté
seguir el sonido, a medida que me iba yo acercando encontré la fuente, eran
unos dulces gazapos que se habían perdido, yo me tenía que marchar pero no os
podía dejar solos e indefensos.
Con unas ramas y unas hojas les fabriqué una pequeña
madriguera, para que se refugiaran del fría y de las gotas que caían, le cogí
unas pocas hojas para que comieran y me fui, pasé toda el día pensando en
ellos, pero me era completamente imposible ir al descampado hasta el día
siguiente, mis obligaciones en casa ocupaban todo mi día.
La mañana siguiente salí antes de casa y llevé unas pocas
zanahorias y unas mondas de patata de la comida del día anterior, supuse que
les gustarían, fui corriendo para llegar cuanto antes, y para mi sorpresa, no
estaban solos, la mamá conejo los había encontrado, yo pensé que al verle se
encararía contra mi o intentaría escapar
con los gazapos, pero todo lo contrario, se acercó a mi como agradeciéndome que
hubiera cuidado de sus crías, les di toda la comida que había traído para ellos
y tanto la mamá como los bebes comieron como locos delante de mí, estaba claro
que tenían hambre, la vida en los bosques no debe de ser nada fácil.
Desde ese día, cada mañana les llevaba de comer, pero lo
más maravilloso de todo era el verlos crecer y que aun siendo mayores y
teniendo ellos sus crías seguían cuidando la madriguera que les había hecho y
seguían aceptando mi amistad. Había descubierto la amistad más sana y más
agradecida del mundo, los animales.
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Espero que os gustara el relato de hoy y daros las gracias por perder un poco de vuestro valioso tiempo conmigo y también agradecer a Kristina Darko por sus preciosas fotos.
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